Por: JULIO MARTINEZ POZO
Hay un hecho incontrovertible: Marcelo Odebrecht, tercera generación al frente de la constructora fundada por su abuelo, Norberto Odebrecht, en 1944, inculpado en las investigaciones de la operación Lava Jato y procesado por la justicia de su país, escoge el camino menos punible para ahorrar cárcel y reducir los daños infligidos a las operaciones de la multinacional:
el de la colaboración negociada con la justicia de su país y de los Estados Unidos, que solo podía partir de una condición sine qua non: reconocimiento de culpabilidad.
Es entonces cuando el tsunami de lo que en principio parecía una convulsión local se expande como un escándalo de corrupción que involucra a doce de los veintisiete países donde la empresa ha estado asentada desarrollando importantes obras de infraestructura, porque en la negociación con el Departamento de Justicia de los Estados Unidos, para que la empresa mantuviera sus cotizaciones en bolsa, admitió haber manejado coimas por el orden de los 788 millones de dólares repartidos a funcionarios y políticos de Brasil, Colombia, Venezuela, Argentina, República Dominicana, Ecuador, Guatemala, Perú, y México.
Y por el potencial daño que esta competencia desleal habría causado, ha asumido el compromiso del pago de una astronómica multa de las que serán beneficiarios Estados Unidos, Brasil y Suiza.
Dice el refrán jurídico que, a confesión de parte, relevo de pruebas, por lo que las palabras del imputado han sido asumidas como verdad, y en cada país se ha levantado una inmensa ola de indignación ciudadana frente a los montos de sobornos que supuestamente les correspondieron.
La distribución de ese dinero en la República Dominicana, habría totalizado 92 millones de dólares en los años que abarcaron del 2001 al 2014, periodo en el que el país ha tenido tres presidentes, dos del PLD y uno que fuera del PRD y milita ahora en el Partido Revolucionario Modero.
La revelación no ha dejado de ser muy chocante para todos aquellos que hemos focalizado el nombre Odebrecht como símbolo de eficiencia, seriedad y cumplimiento, y ha de llevar inquietudes a la tumba de aquel gladiador de 94 años de edad, que murió hace pocos años legando el consorcio que había creado y cuya grandeza resumía en dos virtudes que pregonaba con mucho orgullo: obra iniciada por Odebrecht en cualquier parte del mundo es obra que se termina dejara o no beneficios; y segundo, no había un solo trabajador bajo la responsabilidad de la firma que dejara de cobrar puntualmente su quincena.
Ahora Odebrecht y todo lo que se le asocia, simboliza corrupción.
En la República Dominicana como en otros países ha prendido el hambre y la sed de justicia, y el Ministerio Público, agitado por la presión social, ha iniciado indagatorias para establecer de qué forma se habría manejado el soborno.
Pero como la prioridad de los países que han pactado el pago de la multa ha sido cobrar, no sometieron a un escarceo concienzudo los montos de los sobornos citados, y no se percataron de que el que se los ofrecía daba algo para salir del paso, y que, si bien perjudicaba a los países mencionados con el escándalo, les dejaba estrecho margen para la judicialización.
En el caso de RD la suma referida tiene mucha coincidencia con el monto legal que la firma estaba obligada a pagar a su representación local, y si por otras cuentas no aparecieran aportes que dupliquen lo admitido, todo quedaría en entretención.
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